El flujo humano sobre la geografía del planeta se remonta a los orígenes de nuestra especie y al parecer respondía a la necesidad de sobrevivir en un entorno natural tan benéfico como atroz.
El flujo humano sobre la superficie del planeta nunca se ha detenido, si bien se ha reducido en algunos períodos de la historia, por ejemplo cuando recién se había descubierto la agricultura, se inventaron las ciudades y se establecieron los colectivos humanos. Fue entonces cuando lo que estaba fuera de las ciudades fue visto como lo salvaje, lo amenazante, lo inhumano. Si bien lo anterior fue una forma de pensar típicamente griega(antigua), hubo comunidades humanas que pusieron el centro en el valor de hospitalidad, como las culturas orientales, indoamericanas, sobre todo las culturas del desierto: las culturas semíticas.
En nuestros días el flujo humano sobre la superficie del planeta continúa y continuará porque simplemente es inevitable, responde a la búsqueda humana de satisfacer necesidades reales o imaginarias, pero necesidades al fin. El aspecto novedoso para esta nuestra modernidad tardía, es que el flujo migratoria se ha incrementado en algunas regiones, pero de ninguna manera fue algo sorpresivo al grado que tomara desprevenidos a los gobiernos de las principales potencias mundiales.
El Consejo del Club de Roma, en su informe sobre “La primera revolución mundial” advirtió en 1991, refiriéndose a la primera mitad del siglo XXI que:
“… las presiones demográficas, las diferencias de oportunidades y las condiciones de tiranía y opresión habrán generado oleadas migratorias hacia el Norte y el Oeste imposibles de contener. Es probable que nuestros sucesores presencien migraciones masivas de dimensiones sin precedentes.” (p. 95-96).
De esto hace ya treinta años. ¿Qué hicieron las potencias mundiales para menguar las desigualdades sociales, las tiranías y la opresión? Nada; al contrario, con las políticas neoliberales fortalecieron a los agentes que propiciaban el problema del que advertía el Consejo del Club de Roma.
Ahora el gobierno de los Estados Unidos se desgarra las vestiduras y exige al gobierno de México contener la ola de migrantes que provocó su propia geopolítica de muerte y destrucción. Aunque esta geopolítica no es exclusiva de los Estados Unidos, le corresponde un lugar especial por nuestra vecindad.
Al gobierno mexicano obradorista no le ha quedado más que doblegarse ante el gigante norteño, y es que en México para ser un presidente respetado se necesita declararse enemigo de los Estados unidos, pero para ser un buen presidente se necesita ser amigo de los Estados Unidos. Con esa contradicción que encarna la figura presidencial en México se mueven los dichos y hechos de nuestro presidente que hace lo que puede, pero también lo que quiere.
Los flujos de migrantes intentan superar la geografía mexicana para llegar a los Estados Unidos de Norteamérica, y los mas vulnerables, pobres y necesitados, se mueven como pueden y algunos criminales se aprovechan de ellos llevándolos en ocasiones a la muerte, como ocurrió con la desgracia reciente en Chiapas.
Quizás debido a lo anterior el gobierno mexicano se propone ahora “rescatar” a los migrantes de ellos mismos, porque finalmente son los migrantes pobres quienes aceptan viajar como viajan, y dejan con ello de lado el sentido común y la prudencia. El «rescate» es otra conducta contradictoria del propio gobierno, ya que no hace mucho reprimió a los migrantes cerca de la frontera con Guatemala, en el mismo estado de Chiapas.
Desde mi humilde y muy limitado conocimiento sobre el tema, lo primero que debe hacer nuestro gobierno es definir una política ante los flujos migratorios que no oscile, que se muestre congruente en su decir con respecto a su hacer y viceversa. Y que cuando las condiciones político-gravitatorias por nuestra cercanía con los EE.UU, obliguen a oscilar, informe a la población con claridad sobre la causa de la perturbación, y no como ocurrencia propia o peor aún, como si fuera una solución.